Espectáculos
Camino a los Óscar: Don’t look up ¿comedia o tragedia?

Seguimos avanzando en el conteo final para la 94.ª edición de los premios de la Academia de Hollywood. Por eso, te invitamos a conocer otra de las diez películas nominadas que han dejado su marca en el 2021.
Por Maxi Muñoz.
¿Por qué el general les cobró las botellas de agua? Es la pregunta que circula en foros y comentarios de las redes en donde se habla sobre Don't Look Up. Tal es la circulación que se ha transformado en un meme. La situación se da al inicio de la película, en donde el máximo general del Ministerio de Defensa, les cobra algo gratis a dos astrónomos y el Director de un departamento de la NASA de nombre tan absurdo que Adam McKay, su director y guionista, utiliza un insert para aclarar que el sitio es real. Este es un gag humorístico que dl cineasta emplea en otras ocasiones del filme, y en donde reside la principal idea de No Mires Arriba: en tiempos de crisis y un futuro incierto, ¿es posible hacer algo al respecto? ¿Quién realmente tiene el poder de realizar cambios?

La segunda vez donde el gag vuelve a aparecer es después de la primera gran vuelta de tuerca de la historia, cuando las acciones para detener el meteorito se paralizan cuando el director de una corporación tecnológica entra en juego. El personaje de Rob Morgan, habla de una situación igual de absurda y le encuentra una posible respuesta: el sentirse impune de hacerlo es lo que lo hizo hacerlo, dice. Eso se pregunta McKay mientras la historia avanza y los personajes se polarizan cada vez más. La tercera vez sucede justo antes del segundo y último giro de la trama: la prueba de que el cometa es real. Allí, el personaje de Jennifer Lawrence llega a una conclusión: es un juego de poderes; unos imponen una mirada, otros hacen lo mismo con la suya, pero al final, en esa lucha de poderes, gana quien mejor está parado ante la sociedad. Hegemonía.
El poder es una de las principales aristas con las que McKay dibuja a estos personajes. Todos dentro de una lógica clara de la sátira. Los personajes suponen ser hipérboles de una representación estereotipada de un específico tipo de persona en la sociedad. McKay, uno de los referentes de la nueva comedia norteamericana, que acude a una crítica bajo personajes y mundos absurdos, plantea a Don’t Look Up con un claro propósito: criticar y burlarse de la sociedad negacionista y de las redes de poder que solo corrompen más a un sistema que parece no tener un futuro.

El triángulo de las bermudas está demarcado en tres villanos: el gobierno estadounidense, incapaz y que actúa puramente por interés, con una Meryl Streep interpretando a la presidenta de la Nación, con Donald Trump como clarísima referencia; los grupos mass-media, la gran maquinaria de medios masivos de comunicación que construyen a su gusto el sentido común e imponen la agenda de la que todos deberían hablar, bajo una lógica a veces amarillista y otras veces superficial; y por último, y quizás uno de los más fuertes en los últimos años, las corporaciones y la industria tecnológica, con un Mark Rylance interpretando a Elon Musk, Tim Cook, Jeff Bezos y Mark Zuckerberg al mismo tiempo.
En el medio aparecen las redes sociales, donde lo efímero de las relaciones banaliza toda discusión seria, resumiéndola a los 280 caracteres de Twitter. Y también aparecen los otros protagonistas, en donde McKay se coloca —a veces cayendo en la condescendencia—, aquellos que buscan guiar las cosas por el uso de la razón en un mundo posmoderno cada vez más incierto.
Pero más allá de lo que busque la película y su director —razón por la cual la Academia la ha nominado a Mejor Película—, surge una cuestión particular cuando se observan todas las críticas que hubo alrededor de la misma, tanto positivas como negativas. Una interrogante que va más allá del discurso político de la película: ¿la sátira sirve en nuestros días? ¿La película prevalece más allá del impacto inicial que una comedia absurda puede generar? ¿La comedia sigue siendo una herramienta narrativa para hacernos ver las miserias de nuestra vida? La razón de estos interrogantes es que alrededor de la película, las charlas y debates se han centrado en la discusión cada vez más polarizada de los temas que justamente la película retrata. La realidad de los efectos del filme no se alejan de las conclusiones del mismo.

Pero repasemos. Como sátira, es muy clara. La representación de todo lo caótico del mundo, desde un tono igual de absurdo, es el fuerte de la cinta. Cada burla le da al clavo. Inclusive se permite jugar con sus propios protagonistas. El personaje de DiCaprio que termina siguiéndole el juego al sistema y siendo servicial al mismo, así también como el de Lawrence, que en su imagen viva de millennial progresista termina siendo silenciada casi al inicio de la película —en una selección claramente machista de las prioridades que toman los medios y las personas—. DiCaprio es el Astronomer I’d Like to Fuck mientras Lawrence se convierte en el blanco de los memes burlones. Memes que han tomado la propia lógica con la que el mundo se relaciona con esta hostilidad exterior. En fin, cada paso lleva a más y más caos.
De esta manera, esa hipérbole bebe mucho de sus primeras películas, y recuerda a Anchorman: The Legend of Ron Burgundy, una de las mejores películas de McKay donde se burla a troche y moche de los medios de comunicación. Pero no lo iguala, porque en algún punto Don’t Look Up se contiene en un mensaje de seriedad que busca dar; algo que corresponde al cine de McKay de los últimos años. No termina de ser lo suficientemente absurdo porque su universo es muy cercano a la realidad, y los personajes si bien parecen cada vez más desquiciados y estereotipados, no se alejan tanto de sus contrapartes en el mundo. Algo que choca directamente con el efecto cómico de la sátira. Esta es una de las cuestiones que más se le ha criticado a la película: su humor tiene un efecto contradictorio. Hay muy buenos gags, pero son pasajeros. La sátira está muy bien hecha, pero es tan cercana a la realidad que parece transformarse en una película de terror, mímesis de nuestra actualidad.

En consecuencia, surge la otra cuestión: ¿es su crítica efectiva? Se puede decir que la misma queda contenida. En un principio, es porque la causa de todo queda demasiado eclipsada en el meteorito. Todo se queda en la premisa: ¿qué haría la sociedad si se enterara que una catástrofe mundial está por suceder? Pero no explora esto durante una parte del filme para después explorar otras cuestiones, sino que se alarga y se diluye por las más de dos horas de filme. Lo que genera algo perjudicial para el poder de la sátira como crítica: se torna repetitiva. En este sentido, queda lejos del impacto que el director buscó y encontró con The Big Short y Vice. La historia pierde toda crítica que la podría llevar, quizás, hacia un lugar artísticamente más interesante, con una incomodidad de alguna manera irruptiva.
Queda en el medio del trabajo y el estilo de McKay, como si no supiera si ir completamente hacia The Big Short o hacia Anchorman. Allí la sátira pierde sus dos facetas: no nos podemos reír de nuestras desgracias y repite ideas que el sector más progresista de Hollywood plantea en cada película que pueda. En resumen: la película se estanca en sí misma. Queda cómoda.
Queda, por otro lado, un vacío muy interesante para explorar: ¿por qué el ser humano niega? ¿Qué es lo que los lleva a comportarse de determinada manera? McKay no encuentra respuesta a esta pregunta. O si lo hace: la gente simplemente es estúpida. Su cine se ha vuelto cada vez más nihilista, cosa que hace volcar su humor a uno más ácido y pesimista. Algo también lógico de los tiempos que corren. Por esta cuestión es que el final de Don’t Look Up, después de un largo pesar para sus protagonistas —y un espectador que no sabe si reír o llorar— se convierte sumamente humano. Y por eso es uno de los mejores momentos del filme. Es la emoción genuina dentro del caos, en donde McKay se sumerge para no ahogarse. Claro, no ya en la comedia, sino en la melancolía.
Por último, la cinta choca con una cuestión: Netflix y las empresas de consumos culturales. Empresas que sus tecnologías están centradas en mantenernos el mayor tiempo posible en pantalla, al individualismo de nuestras casas, a la falta de contacto de Twitter. Don’t Look Up termina encerrada en su propia difusión, inclusive cayendo más en el juego de la polarización política, y se aleja de las posibilidades que el arte ha tenido por años y años: criticar, pero también transformar. Don’t Look Up no transforma, y eso no la hace explotar del todo. Como si algo la contuviera y solo puede estallar en un grito representado en los breakdowns de sus dos protagonistas ante millones en la televisión. Su relato, su sátira y su crítica se pierden en esa vorágine del Internet, las redes sociales y el streaming. En las transformaciones que la propia producción artística tiene (en un mundo donde la digitalización de las lógicas de la vida es cada vez más notoria y en avance), la pregunta sobre cómo generar nuevas rupturas parece perderse.
Claramente, años deberán pasar para ver el impacto de Don’t Look Up, para ver si dentro de unas décadas se convertirá en una película de culto o una cinta adelantada a su época. Mientras tanto, el viaje por donde la cinta nos lleva como espectadores —y paradójicamente protagonistas— es un camino donde nos preguntamos en qué tiempo y espacio estamos, en qué situación nos encontramos en el enorme entramado de poderes, con una sátira donde la comedia es sobrepasada por una triste melancolía.